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LA EUCARISTÍA EN TIEMPOS DE PANDEMIA

  • Foto del escritor: Radio Melodia Salesiana
    Radio Melodia Salesiana
  • 18 oct 2020
  • 9 Min. de lectura

Actualizado: 20 oct 2020

En consonancia con las autoridades sanitarias de distintas partes del mundo, varias conferencias episcopales han suspendido la celebración de la eucaristía con presencia de fieles como una medida preventiva para evitar aglomeraciones de personas y, por ende, focos de contagio del Coronavirus. En este contexto, la tecnología y la creatividad son un gran aliado: en las redes sociales abundan las propuestas para seguir la misa vía streaming (transmisión en vivo), a través de sitios web, cuentas de Facebook, Instagram y YouTube. Una pregunta que surge está vinculada con la imposibilidad de recibir el Cuerpo de Cristo, pero en tiempos de COVID-19 se puede practicar la comunión espiritual.


"Hagan esto en memoria mía"

La situación que estamos viviendo producto de la pandemia nos tiene la mayor parte del tiempo, confinados. Si bien estamos en un momento de mucha incertidumbre familiar y personal, tenemos que reconocer que este tiempo puede ser aprovechado como una gran pausa en nuestra vida, que nos permite revisar algunos aspectos fundamentales de la misma. Una cosa es importante: ojalá que nuestras pausas sean creativas y activas. No deja de ser interesante el tener en cuenta que Jesús buscó muchas veces una pausa solitaria para recoger interiormente y revisar todo lo que iba viviendo.

El evangelio nos dice que Jesús “con frecuencia se retiraba a lugares solitarios y oraba” (Cf. Lc 5, 16). Las pausas en su vida tuvieron una función muy importante en la medida que fueron espacios para redescubrir el sentido de su vida y su misión. Quizás nos viene bien esta pausa para ahondar en el sentido de algunos elementos esenciales de nuestra vida de fe. En esta ocasión me quiero detener en la experiencia de la eucaristía, pensando especialmente en aquéllas personas que ni siquiera la han echado de menos en este tiempo de cuarentena. De alguna manera esta distancia e indiferencia nos abre la puerta para tomar conciencia sobre el sentido que esta celebración tiene en nuestra vida. ¿No es ésta una oportunidad para retomar al sentido más profundo de esta celebración que hemos ido reduciendo a un simple rito vacío? Hace muchas semanas que no celebramos en condiciones normales. Para algunos la eucaristía simplemente desapareció del horizonte sin mayor ruido y para otros es una necesidad difícil de reemplazar. Algunos se las han arreglado siguiendo algunas celebraciones Online, dentro de un catálogo cada vez más amplio y diverso. Esto último ha generado cierta polémica y discusión desde grupos más conservadores que reclaman a sus obispos que les “devuelvan la misa”, en contraste con otros grupos de Iglesia, que ven en esas celebraciones virtuales un acto de clericalismo y centralismo ritualista en la figura del cura. Cada uno tendrá sus razones y la fe nos regala la libertad para estar en una u otra postura. Más allá de esa discusión, tengo la impresión que lo más importante para este tiempo de pausa está en la capacidad que tengamos de reflexionar y recuperar para cada uno de nosotros el sentido más profundo de la eucaristía, entendida como la “memoria de Jesús” o la “cena del Señor”. Y creo que esta recuperación del sentido la tenemos que hacer juntos, es decir, tanto los que tenemos un rol de animación en ella, como los que simplemente participan.


En un primer aspecto, podemos sostener que la celebración de la “Cena del Señor” tiene que ser ese momento de la semana donde nos encontramos como comunidad y tomamos conciencia que nuestra fe supone el abrazar una utopía compartida. Este hacernos y sentirnos cuerpo comunitario es el primer sentido de esta celebración. En esta línea nosotros podemos sostener que una misa Online la podemos mirar o seguir, pero no celebrar como comunidad. Quizás podemos encontrar más sentido comunitario en la misa de 3 o 4 personas que en esa celebración por Facebook con miles de reproducciones. No importa el número tanto como la calidad del encuentro comunitario, porque “donde dos o tres estén reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (cf. Mt 18, 20). Lo fundamental es que no hay misa sin pueblo de Dios.

En un segundo momento, la celebración de la “cena del Señor” es el momento de la semana en que nuestra vida se llena de fuerza y sentido para seguir adelante con sus compromisos. Ella nos regala el poder confirmar que esto de asumir el evangelio como opción fundamental vale la pena, a pesar de los desánimos que provoca las contradicciones de nuestra propia vida o los escasos frutos de nuestra siembra. También esta celebración es un refugio ante los cansancios, golpes y sufrimientos de la vida; como la pérdida del trabajo, la pobreza, la enfermedad y la experiencia de la muerte. A veces se nos olvida que recibir la comunión nunca es un “premio para los perfectos sino un remedio para los débiles” (Cf. Papa Francisco) o que comulgar nunca es un asunto de dignidad o perfección moral sino un alivio para los que no pueden con los pesos de la vida.

Por último, hay que tener presente que la experiencia del seguimiento de Jesús no puede quedar reducida al rito o al espacio de culto. Hay que reconocer que lo de Dios muchas veces está aconteciendo afuera del templo y del rito. Esto quedó muy claro en Jesús cuando reconocía más fe en los supuestos “infieles e impuros”, que en los que asistían a los ritos celebrativos de los sacerdotes. La verdadera comunión con Cristo se vive con especial densidad en la eucaristía, pero también se vive con mucha fuerza en el encuentro con la Palabra que siempre invita a nuestra vida a confiar y comprometerse un poco más. Y por sobre todo está presente en el encuentro con los sufrientes, en los cuales podemos abrazar al mismo Cristo (Mt 25, 31-46). Un obispo le respondió a un grupo de católicos que le exigieron “devolver la misa” que la pandemia les había quitado de la siguiente manera: “adorar el cuerpo de Cristo y no comprometerse eficazmente con la vida del hermano, no es cristiano”. Tenemos que aprovechar este tiempo de pausa para recuperar el sentido de la “cena del Señor” de manera activa y creativa. No podemos quedarnos esperando en la casa que nos avisen de la próxima misa. Este es un tiempo para ensayar y para darle curso real a esa hermosa invitación, de vivir en este tiempo la Iglesia doméstica. Tenemos que animarnos a hacer celebraciones comunitarias en nuestras familias, donde el centro esté en el encuentro con la Palabra, en el discernir desde ella la realidad que vivimos y en la fracción del pan. Sólo así iremos recuperando el sentido que se nos había esfumado y de paso vamos abandonando ese estilo de fe que solo se preocupa por el cumplimiento de lo ritual. Nuestra fe también volverá a su “nueva normalidad”. Depende de nosotros si volvemos a las mismas celebraciones de siempre que no dejan mucho o volvemos a un tipo de celebración que va siendo configurante de nuestra vida en todas sus dimensiones, haciendo memoria de ese pan partido que estamos llamados a actualizar en nuestra vida y, así podamos hacer que, nuestra vida sea de verdad una buena nueva para los pobres y afligidos.

Hay que tener presente que la “cena del Señor” nunca puede ser el cumplimiento de un rito, sino el memorial de una presencia viva. En este sentido el centro está en el hacer memoria del amor jugado de Jesús por toda la humanidad, con especial predilección por los pobres, sufrientes y marginados. No basta participar en ella “para sentirnos bien con Dios”, sino que se trata de que ese amor arriesgado de Jesús vaya encontrando forma en nuestra vida. Justamente es la memoria actualizada de ese amor la que está invitada a ser “fuente y culmen de nuestra vida cristiana” (cf. Concilio Vaticano II, LG 11). En cada celebración de la eucaristía recordamos las palabras de Jesús en la última cena: “hagan esto en memoria mía” (cf. Lc 22,19). En la última cena no se nos pide celebrar misas o ritos, sino realizar lo mismo que hizo Jesús, es decir, entregar nuestra vida para generar vida en los demás. El centro de ese gesto que recordamos no está en celebrar ritos sino en el gastar la vida para que otros tengan vida. Por eso la misa y la adoración (pensando en nuestra espiritualidad Salesiana) pierden su sentido cuando se desconectan de la fracción del pan como signo de la vida que se gasta por amor. La verdadera celebración de la “cena del Señor” es la que va convirtiendo nuestra vida en eucaristía, en pan partido que se parte, para que el mundo tenga vida. El sentido esencial no está en el rito piadoso que hacemos muchas veces por obligación (en esas misas de matrimonio o misas de sacramentos cuando toca a nuestros hijos) sino en que esa experiencia que va haciendo de nuestra vida un camino comunitario, una celebración humana y una entrega sin límites, aún en sus momentos de mayor fragilidad.


Queridos amigos: Jesús en la Eucaristía es el centro de nuestra fe católica. Al ofrecer su cuerpo y su sangre, Él se unió a nosotros. Al recibirlo en el sacramento, nos convertimos en tabernáculos vivos, llevamos su presencia. Mi primer encuentro íntimo y personal con Jesús en la Eucaristía fue durante mi retiro de confirmación en la secundaria. En un momento de adoración, mi alma se sintió profundamente unida al Señor. Incluso en medio de desafíos y luchas en mi vida, experimenté una profunda paz en mi corazón, con la certeza de que era amado y merecedor de la gracia. Todas mis inseguridades fueron recibidas y fui consolado por el corazón de Cristo, completamente presente en la Eucaristía. Todo nuestro mundo ha experimentado un tiempo de gran oscuridad, enfermedad y dificultad con el brote de COVID-19. Cada uno de nosotros se ha visto afectado, pero ninguno de nosotros está solo. “Ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 8,39). Incluso cuando no podemos estar físicamente presentes en la misa o recibir la Eucaristía, Jesús nos asegura de su presencia: “Tened ánimo; ¡yo soy, no temáis! (Mateo 14, 27).

No teman — como el cuerpo de Cristo, estamos en esta vida juntos. Nuestro amoroso Señor nunca nos abandonará, especialmente en las tormentas de la vida. Les animo a reflexionar y a buscar el bien que ha florecido en medio del dolor en esta pandemia del COVID-19, descubriendo los caminos que Jesús ha usado para guiarlo hacia su sagrado corazón. Sigamos orando y confiando nuestra vida a Cristo, nuestro Señor eucarístico, y esto profundizará su relación y devoción hacia él. Y cuando se siente con miedo, tenga dudas y tentaciones, mire a Cristo, quien consolará su corazón afligido y le ofrecerá la verdadera paz. Recuerden que la máxima fuente de todo amor se encuentra en la Eucaristía, donde Jesús se ofrece a sí mismo para la salvación de almas. Nunca pierda de vista este gran regalo, y busque constantemente unirse a nuestro Señor y ser fortalecido en su presencia.

Una oportunidad para crecer en la fraternidad. La comunión espiritual es una dimensión que está presente desde el bautismo, en nuestra adhesión al Padre. “La eucaristía nos ayuda a manifestar sacramentalmente esa comunión”, precisa. Al profundizar en esta experiencia, “también sabemos que esto es una misión en cuanto que hemos sido invitados a ser portadores de la vida de Cristo”, puntualiza. Fernández resalta que ese modo se concreta en la vía de la caridad, “de colaborar en nuestro día a día con las renuncias que hacemos para cuidar nuestra propia vida y la de los demás”.

Desde su punto de vista, esta situación de emergencia es una oportunidad para crecer en la fraternidad y estar pendientes del otro, a distancia. Conciencia de estar en comunión con Cristo y con los demás, tengamos presente que, la Iglesia católica ha conservado desde antiguo la reserva del Santísimo Sacramento en los templos, es decir, las hostias consagradas que permanecen en el tabernáculo o Sagrario. Esta es una práctica “que nace en un tiempo donde los enfermos no podían asistir, entonces permanecían en comunión con la comunidad desde el propio hogar”. Fuera de este contexto de emergencia sanitaria, ya existen otras ocasiones para la práctica de la comunión espiritual: cuando no se puede comulgar porque, desde su libertad, un cristiano considera que no se encuentra en estado de gracia. Para ello, no hay una oración específica estipulada, pero el común denominador de estas plegarias, dichas especialmente en silencio orante, debe ser la conciencia de estar en comunión con Cristo y con los demás.

Uniéndose al sentir de los católicos del mundo entero, en particular a los enfermos portadores del virus y al personal sanitario, el Papa Francisco dijo en la oración del Ángelus del pasado domingo 15 de marzo que “en esta situación de pandemia, en la que nos encontramos viviendo más o menos aislados, estamos invitados a redescubrir y profundizar el valor de la comunión que une a todos los miembros de la Iglesia. Unidos a Cristo nunca estamos solos, sino que formamos un solo Cuerpo, del cual Él es la Cabeza. Es una unión que se alimenta de la oración, y tenemos el precioso regalo de la comunión espiritual. Este acto de la comunión espiritual nos permite recibir a Cristo cuando no podemos recibir físicamente el sacramento. Digo esto para todos, especialmente para la gente que vive sola, yo les invito a orar el acto de comunión espiritual todos los días.


Por: A. Hammer Piñas Zamudio

 
 
 

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